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| La agresividad para muchos es innata; y por lo tanto, forma parte de nuestro ser. |
Veamos, algunos ejemplos. Los hombres, como los animales, consideran vital su integridad física, el cuidado de los hijos (o de las crías), el acceso al sexo (preservación de la especie) y a las fuentes de alimentación (espacio vital o territorio). Cualquiera que toque estos intereses, actualizará en la especie amenazada una reacción instintiva que lleva a la agresión.
El fanatismo muchas veces es la instigadora, para que fluya
consciente o inconscientemente el instinto agresivo.
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Otra diferencia subrayada por los etólogos es que el hombre tiene ídolos o dioses a los cuales considera más que a su propia vida. Todo ataque contra aquellos ídolos será percibido como un ataque a sus intereses vitales. Por supuesto, también se puede persuadir a la gente de que sus intereses vitales (patria, religión, familia, democracia, libertad, raza, etc.), estén amenazados, aunque no lo estén en absoluto, con lo que el espectro de la violencia se incrementa notablemente.
Según los biólogos uno de los grandes misterios no resueltos, es la forma en que funciona en el cerebro este instinto de destructividad. Cuando al fin esto se sepa, quizá sea demasiado tarde para nuestra especie.
Sin embargo, por un sentido positivo de la vida, tal vez podamos convenir, en aceptar la triple paz con la que soñó San Agustín de Hipona:
"Paz del alma con Dios, paz entre la carne y el espíritu, paz entre los hombres".
Si bien es cierto, es casi imposible ejecutar esta triple idea, pero al menos nos brinda una posibilidad soñadora, de una salida animosa.
- Basado en un comentario de José Barba Caballero. Lima -Perú.
NRMQ


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