sábado, 17 de septiembre de 2011

LA AGRESIÓN HUMANA

La agresividad para muchos es innata; y por lo tanto, forma parte de nuestro ser.

La idea de que existe en el hombre un instinto de destrucción análogo al instinto sexual ha sido descrita por muchos autores. Lorenz lo sintetizó así: "No surge la agresión por que haya bandos humanos en pugna; sino que hay bandos, porque hay destructividad". Según esta teoría, el hombre busca "situaciones" que le permitan liberar su instinto de destrucción o de muerte, tal como en la esfera de la sexualidad busca "cosas" que le permitan liberal su instinto sexual. Esta destructividad es innata y, aunque varía en intensidad de un individuo a otro, siempre está latente.

Veamos, algunos ejemplos. Los hombres, como los animales, consideran vital su integridad física, el cuidado de los hijos (o de las crías), el acceso al sexo (preservación de la especie) y a las fuentes de alimentación (espacio vital o territorio). Cualquiera que toque estos intereses, actualizará en la especie amenazada una reacción instintiva que lleva a la agresión. 

El fanatismo muchas veces es la instigadora, para que fluya
consciente o inconscientemente el instinto agresivo.
Si se hiciera una competencia para saber cual es el animal más agresivo del planeta, de lejos, esta sería ganada por el homo sapiens. La respuesta de por qué somos campeones en este torneo imaginario es sencillamente porque tenemos más intereses vitales que defender. A diferencia de los animales, el hombre puede prever, anticipándose a peligros aún no presentes (sino recordemos la idea de la guerra preventiva que tanto se habló para sustentar la invasión a Irak). Por esto existen las guerras y asesinatos preventivos.

Otra diferencia  subrayada por los etólogos es que el hombre tiene ídolos o dioses a los cuales considera más que a su propia vida. Todo ataque contra aquellos ídolos será percibido como un ataque a sus intereses vitales. Por supuesto, también se puede persuadir a la gente de que sus intereses vitales (patria, religión, familia, democracia, libertad, raza, etc.), estén amenazados, aunque no lo estén en absoluto, con lo que el espectro de la violencia se incrementa notablemente.

Según los biólogos uno de los grandes misterios no resueltos, es la forma en que funciona en el cerebro este instinto de destructividad. Cuando al fin esto se sepa, quizá sea demasiado tarde para nuestra especie.

Sin embargo, por un sentido positivo de la vida, tal vez podamos convenir, en aceptar la triple paz con la que soñó San Agustín de Hipona:

"Paz del alma con Dios, paz entre la carne y el espíritu, paz entre los hombres".

Si bien es cierto, es casi imposible ejecutar esta triple idea, pero al menos  nos brinda una posibilidad soñadora, de una salida animosa.


  • Basado en un comentario de José Barba Caballero. Lima -Perú. 
NRMQ

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